El verdadero Sarmiento
Ya casi es un lugar común decir que la versión oficial que todos conocemos de muchos de los llamados “próceres” es mayormente falsa, construida más sobre versiones adornadas de algunos hechos históricos aislados que sobre la vida real de aquellas personas. De hecho, muchas veces se ha intentado “humanizar” a los próceres. En años recientes se han difundido con relativo éxito ciertos libros biográficos dedicados a ventilar intimidades de antiguos intocables como San Martín, Belgrano o Roca. Este intento de por sí no es pernicioso, pero es posible notar que últimamente se corre el riesgo de pasar a reemplazar los viejos lugares comunes por otros nuevos, que tampoco ayudan mucho a comprender mejor el significado profundo de los acontecimientos pasados. De los próceres ahora se conocen chimentos, como si fueran los nuevos personajes de la farándula. Que San Martín era hijo de una india guaraní, o de una esclava negra. Que Belgrano era homosexual. Que Sarmiento tuvo muchas amantes. O también se apuran juicios rápidos, como en los noticieros: que Sarmiento era malo porque odiaba a los gauchos y les hizo la guerra; que Roca era malo y habría que sacar su monumento porque hizo matar a muchos indios; que Alvear o Pueyrredón eran malos porque querían pactar y entregarles
Por suerte para nosotros, hay una forma de conocer al verdadero Sarmiento, que no es el de los actos escolares ni el de los rumores escandalosos. Para que podamos saber quién era él realmente, Sarmiento tuvo la delicadeza de dejarnos una montaña de textos de su autoría, que al ser compilados en sus Obras completas resultan la locura de más de sesenta tomos, según la edición (la más reciente y lujosa a cargo de
Un intelectual autodidacta y acomplejado
No le alcanzó la vida a Sarmiento para lamentarse de un hecho desafortunado de su adolescencia. Invitado inicialmente a ser becario del Colegio de Ciencias Morales en
Y esta decisión la llevó hasta las últimas consecuencias, para bien y para mal. Aunque devorara con avidez todo libro que se le cruzara en el camino (que en
El loco Sarmiento
Este era un tipo difícil de aguantar. Muy pocos pudieron considerarse realmente amigos de él. Su personalidad era esencialmente revulsiva, encontraba un placer morboso en molestar a todo el mundo, en conmover todo tipo de estructura establecida. Aunque en muchos aspectos pueda decirse que era un visionario, un adelantado a su época, su manera ácida y tremendamente frontal de expresar sus opiniones generaba tamaña irritación que ni siquiera quienes coincidían con él podían considerarlo como alguien confiable. Muchos de sus contemporáneos lo llamaron “el loco Sarmiento”, y no despectivamente, sino porque pensaban que realmente estaba loco. En cualquier lugar en donde pudo desarrollar alguna clase de acción pública su actuación resultó discutible, para decirlo suavemente. En su juventud importunó tanto al gobernador de San Juan (adicto a Rosas) que debió exiliarse en Chile. Allí fue partidario del gobierno, pero la defensa que ejercía de éste en la prensa provocaba polémicas tan virulentas que el presidente chileno se lo sacó de encima mandándolo en misión oficial a Europa y los Estados Unidos. Luego se unió a la campaña de Urquiza contra Rosas, pero chocaba tanto con el entrerriano que debió exiliarse nuevamente, apenas unas semanas después de Caseros, la batalla del 3 de febrero de 1852 que significó el final del régimen rosista. Más adelante, durante la presidencia de Mitre, obtuvo el cargo de gobernador de su provincia natal, pero la violencia que ejerció contra los resabios de las montoneras del Chacho Peñaloza fue tal que el presidente debió obligarlo a renunciar y enviarlo como embajador nuevamente a los Estados Unidos. Si de allí fue repatriado para ser elegido presidente fue seguramente para no provocar una invasión masiva del ya poderoso gigante del norte. Esa era la única forma de progresar que conocía Sarmiento: siempre yendo al choque, buscando el enfrentamiento y ganando por cansancio.
El significado de su obra
Pero así de revulsivo como era, Sarmiento no era un vulgar anarquista, sino que era un desesperado por buscar el progreso de su país. Sólo que la suerte del país él la identificaba con la suya propia. Es decir que todo lo que él considerase como apropiado y necesario de aplicar para que la situación del país mejorase, necesariamente debía tenerlo a él como guía y ejecutor. De este modo puede decirse que absolutamente todo lo que escribió tenía como objetivo una acción política concreta. Y estamos hablando de un escritor compulsivo, de alguien que evidentemente sentía la necesidad de volcarse en el papel como un apremio físico. Sarmiento desafía nuestra capacidad de asombro, porque es difícil imaginar cómo podía conseguir el tiempo material para escribir las toneladas de papel que dejó, y en los ratos libres ejercer de presidente de la nación, por ejemplo. Por eso no dejó tema sin tocar, ya fuera la educación popular, el adiestramiento militar, los paisajes de Río de Janeiro o la cría del gusano de seda. Por eso publicaba libros, artículos en la prensa, escribía boletines de ejércitos, partes de guerra, panfletos políticos, cartas extensísimas a cualquiera que tuviera alguna relación con él. En cualquiera de sus muchas variantes, Sarmiento se las arregló para escribir siempre de una sola cosa: del progreso de su país. Es decir, de él mismo.
Algunas recomendaciones
Es inútil en este breve espacio ponernos a hablar en detalle de sus libros y escritos. Nos limitaremos a mencionar algunos, quizás no tan conocidos pero dignos de ser descubiertos. Por ejemplo, algo breve y casi divertido, por momentos desopilante:
Y por supuesto está el Facundo (1845), aquel libro que en realidad se titulaba Civilización y barbarie. Texto inclasificable, es a la vez un ensayo, un manifiesto político, una novela y una crónica de costumbres. La excusa es hablar del legendario caudillo Facundo Quiroga, pero es sólo eso, una excusa. Se trata en verdad, como siempre antes de 1852, de cuestionar la figura de Rosas, y todo lo que ello implicaba en términos ideológicos y políticos. Pero el resultado va mucho más allá de eso, que podría pensarse como coyuntural, sino que excede su momento y lugar particulares para perdurar en el tiempo como una obra fundamental. El poder de este libro reside, por un lado, en la siempre vigorosa escritura sarmientina, que se dedica a trazar un panorama general de la historia y el presente del país con recursos de todo tipo: el análisis intelectual y doctrinario de los acontecimientos más importantes, de las características más peculiares del territorio, pero también el relato de las costumbres y tradiciones orales de los habitantes en general y de los gauchos en especial (aún cuando los desapruebe). Por el otro, puede decirse que esta vez, como en ninguna otra ocasión, Sarmiento fue capaz de instalar e imponer un gran tema de debate nacional en los términos que él mismo propuso. Si bien las ideas desgranadas en el libro no son enteramente originales y ya eran objeto de discusión intelectual desde antes de la publicación del Facundo, Sarmiento pudo aquí darles una forma definitiva. La famosa oposición entre civilización y barbarie fue como una especie de tema obligado desde allí en más, el enigma capital cuya resolución permitiría destrabar todos los conflictos que impedían la pacificación y organización del país. Y este debate pudo traspasar las fronteras, porque a partir de la lectura de este libro el tema fue planteado de modo similar en otros países latinoamericanos. Podríamos decir entonces que el Facundo es no sólo el libro más conocido de Sarmiento, sino también el que mejor resume su enorme y talentosa obra.
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