lunes, 4 de junio de 2007

Entrada 1

1 – El sentido de la lectura


El objetivo principal del presente curso no se reduce a proporcionar una serie de informaciones sobre el tema elegido (en este caso, la literatura en general, y la literatura argentina más en particular), sino que se relaciona con otras ideas, quizás poco frecuentes cuando se trata de hablar de libros: nos referimos al entusiasmo como motor indispensable de la lectura, al desprejuicio y a la libertad para encarar los textos, a comprender que en realidad no hay tanto textos y autores sino más bien lecturas posibles de esa producción. Y que por supuesto, más allá del mayor o menor grado de especialización de esas lecturas, todas pueden resultar válidas si el lector acepta un mínimo de compromiso con su objeto.


Todos sabemos que cada tanto las autoridades educativas, o alguna fundación privada, o cada año en ocasión de la Feria del Libro, se llevan adelante campañas destinadas a promover la lectura. Invariablemente, todas esas campañas pueden reducirse a una sola idea fuerza: “leer es bueno”. Lo mismo le ha venido sucediendo a todo aquel que se haya visto obligado a sufrir las clases de literatura en el colegio secundario, desde hace muchos años: hay que leer porque es bueno, se ha dicho siempre, y hay que leer esto o aquello porque eso es lo bueno, sin mayores explicaciones. Claro que habrá habido y hay excepciones (siempre hay profesores talentosos que rompen el molde), pero pocas veces se tiene en cuenta que en verdad habría que pensar a la literatura y su difusión con un poco más de amplitud y creatividad, bien desde el principio. Y aquella idea al parecer indiscutible debe ser cuestionada: leer no es bueno si nadie tiene ganas de hacerlo. Por eso es que creemos que un curso tan breve acerca de literatura como éste tiene que pensarse a sí mismo como un generador de entusiasmo, como una invitación a la lectura y no como un simple texto informativo.


Entusiasmo por la lectura


Para generar entusiasmo lo primero sería dejar de lado la idea de pensar la lectura como una tarea ingrata que hay que cumplir. Es muy desalentador leer por obligación, y un consejo un tanto extremo (aunque efectivo) es: si ya estamos por la página 30 de un libro y no lo disfrutamos en lo absoluto, y no tenemos a la vista una promesa de que eso vaya a cambiar, mejor dejar ese libro de lado y probar con otro. Al libro abandonado quizás podamos volver en otra ocasión (porque a veces algunos libros nos piden un esfuerzo mayor al principio para poder disfrutarlo después), o quizás no. Dependerá de cada uno decidir si se le da otra oportunidad, y si aún así la cosa no funciona, se lo deja de lado por completo.


Otro elemento importante para generar entusiasmo por parte de quien da un curso de literatura es hacer comprender que cualquier explicación que se haga acerca de un texto en realidad no es una verdad establecida e indiscutible. Más bien podríamos decir que todo comentario sobre literatura es en realidad la historia de una lectura: qué la motiva, cómo se llega a ella, cómo se reacciona emocionalmente al proceso de leer, qué se comprende o se interpreta de un texto, cómo se lo relaciona con otros. Al pensarlo de este modo resulta entonces que la efectividad de quien “enseña” literatura dependerá de su capacidad para generar adhesión y despertar entusiasmo por su lectura personal, o bien por las lecturas de otros sobre el mismo tema que pueda recomendar. Dicho más fácil, se trata de provocar reacciones en el “alumno”, convencerlo de que leer tal o cual libro o autor es una experiencia que no se puede perder. Y así luego continuar con otros textos y autores, hasta que cada uno arme su propio recorrido. Por eso decimos que en principio cualquier lectura es válida, que hay que perderles el respeto a los textos, no creer que hay en ellos una verdad oculta por desentrañar, sino que cada cual encontrará cosas diferentes en un libro, y cada lectura es un paso en la historia personal de las propias lecturas. Luego sí, se podrán comparar unas con otras, y algunas serán más interesantes, o más convincentes, o más provocativas, o cualquier otra cosa. A partir de este proceso de comparar lecturas iremos notando que el entusiasmo se retroalimenta: cualquier lector puede ir adquiriendo herramientas cada vez más elaboradas que le permitirán tanto ampliar el interés hacia nuevos campos literarios como disfrutar más del acto mismo de recorrer un nuevo libro. Y no sólo estamos hablando de análisis y herramientas puramente intelectuales, sino que el componente emocional también es importante, si no el principal para generar entusiasmo. Por eso también se podrá advertir que cuanto más se avance en la lectura mayor será también la capacidad de reaccionar emocionalmente a ella.


Leer sin prejuicios


Hay también otras ideas bastante difundidas que generan lo contrario al entusiasmo que proponemos. Que “mejor leo solamente best-sellers porque sólo me quiero entretener”; que “mejor no leo a Borges, o a Kafka, o a Joyce porque son difíciles, complicados, insoportables”; o que “mejor sí los leo porque hablan de cosas ‘serias’ y eso daría prestigio, chapa de intelectual”; que “los libros de Cervantes y Shakespeare quedan muy lindos en la biblioteca, pero que ni loco los leo porque son un embole”; que en general los libros sobre temas “serios” son mejores; que los escritores son tipos muy sensibles, que saben muchísimo sobre muchísimas cosas, que viven torturados por su superioridad y angustiados por lo horrible que es este mundo; o también que a veces son unos idiotas simpáticos, que cada tanto aparecen en la tele (casi siempre en el canal [á]) con pañuelo al cuello y siempre listos a decir alguna frasecita “profunda”.


Bueno, nada de esto es cierto, son sólo lugares comunes. Los best-sellers pueden ser tan buenos como malos. En todo caso, si tienen un defecto, es su apego a la repetición constante de ciertas fórmulas que funcionan bien un tiempo, pero a la larga cansan. Borges, Kafka o cualquier otro no son difíciles de leer, sólo que cada uno le encontrará cosas distintas, más o menos interesantes. Y no son buenos porque hablen del bien y del mal, del amor o de la muerte, son buenos porque tienen una mayor capacidad para generar mayores reacciones (de todo tipo) en más lectores a partir de su escritura, no desde el tema del que hablan. A Cervantes y a Shakespeare (y a cualquiera) siempre va a ser mejor leerlos que tenerlos durmiendo en un estante, son cualquier cosa menos aburridos. Y los escritores pueden ser cualquier clase de personas, según el tiempo y el lugar en que vivan, pero siempre son personas, tan vulgares y terrenales como la que más. Cualquier otra imagen que adopten son sólo poses para disimular lo poco que tienen para decir a veces. Y puede que sepan mucho de algunas cosas o no, pero sólo debería importarnos cómo escriben. A esto nos referimos cuando hablamos de leer desprejuiciadamente, faltándoles el respeto a los textos.


Por qué literatura argentina


La razón por la cual elegimos a la literatura argentina como tema del curso es absolutamente obvia: es lo que tenemos más a mano. Además resulta ser que nuestra literatura es una de las pocas cosas realmente a la altura de nuestra proclamada superioridad. Efectivamente, nuestra tradición literaria es muy rica, incluso nuestro presente lo es, aunque mucho no se note. Preferimos dividir el curso en dos partes - esta primera dedicada al siglo XIX y otra que se ocupará del XX - por comodidad, para no hacerlo demasiado extenso desde el comienzo, para también conocer la reacción y el interés que finalmente despierte en los lectores. Y porque, como con todo producto cultural, es necesario tener un mínimo de cuidado y de detenimiento al analizar la literatura, porque su desarrollo es inseparable de la evolución histórica y social del país. Así como los orígenes políticos de nuestro país son complejos, con innumerables avances y retrocesos hasta llegar a conformar su forma actual, lo mismo ha sucedido con la literatura argentina. Por la misma razón, también veremos más adelante que el concepto mismo de qué es literatura y qué no lo es ha ido cambiando mucho con los años. Trataremos de hacer bastante hincapié en esta cuestión, porque una historia de ciertos textos que no tenga en cuenta sus motivaciones, que ignore las reacciones que generó su aparición, que pase por alto las percepciones de esos textos a través de los años, una historia literaria así entonces no será tal, sino que será un museo. Y ya sabemos de sobra lo aburridos que son los museos.

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